Por Jimena Morales López
El tema de la violencia en México es uno ya hablado, conocido y mediatizado, por lo que toda la población es consciente de ella ya sea por experiencias directas o indirectas. En la radio, la televisión y las redes sociales constantemente nos bombardean con cifras de muertos, detenciones de homicidas, feminicidios y un gran sin número de casos que llaman la atención de los medios de comunicación. Sin embargo, a pesar de vivir constantemente con tan triste y vergonzosa realidad social, con frecuencia, se evita hablar de uno de los problemas que genera una sociedad con mayor tendencia a enfermedades mentales, y por ende, mayor tendencia a delinquir: la violencia sexual intrafamiliar que sufren los niños, perpetrada por su padre, madre, hermano, tío o primo.
Al llevar a cabo esta investigación, me topé, para mi sorpresa, con una gran variedad de autores y bibliografía que han abordado el tema desde distintos puntos de análisis como el psicológico, el antropológico-sociológico, penal, forense y científico, así como varias estadísticas y encuestas que realizan organizaciones mundiales como el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF por sus siglas en inglés) o el Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática, que demuestran la información del promedio de personas que en su infancia fueron víctimas de algún tipo de violencia sexual.
Ante la información expuesta y recabada, comprendí que la aberración que se comete contra un ser desde su más temprana edad es motivo de vergüenza, silencio y dolor; por lo que muchas personas deciden callar al respecto, al sentirse impotentes, conmocionados y sorprendidos. Al ser la perpetración de estos actos un tema de gran envergadura, decidí orientar la investigación en un sentido sociológico y psicológico, escribiendo así éste artículo en dos partes: la primera parte abordará la psicología del victimario, para poder entender quiénes son las personas dentro del círculo familiar que en promedio son los violentadores sexuales, por qué vulneran la integridad del menor y cómo detectar sus patrones de violencia; en la segunda parte, por otro lado, se orientará la investigación a la psicología del infante, la detección de algún ataque sexual, formas de prevención y consecuencias a corto, mediano y largo plazo por no recibir atención psiquiátrica o psicológica para restaurar su integridad, paz e identidad.
Comencemos por definir qué es la violencia. Según el Diccionario de Psicología de Umberto Galimberti[1] la violencia se define como: “una figura de la agresividad que se registra en verdaderas o presuntas injusticias sufridas, como intención de realizar la propia personalidad, o como incapacidad de pasar del principio del placer al principio de la realidad, con la consiguiente intolerancia a la frustración”; para el Diccionario de Trabajo Social de Ander-Egg Ezequiel[2], la palabra violencia significa: “empleo de la fuerza para alcanzar un objeto. Coacción a fin de que se haga lo que uno quiere”, y para el Diccionario de Antropología de Barfield Thomas[3], la palabra violencia se refiere “al uso intencionado de la fuerza para causar daño corporal. También hace referencia a la totalidad de actos de esta naturaleza en el seno de una colectividad social o una situación en la que prevalecen”.
En conclusión, podemos obtener que la violencia es un acto de poder ejercido por una persona o por un conjunto de personas poderosas que cometerán un acto de dominación, sumisión y aniquilación contra una persona o grupo de personas desprovistos de capacidad para defenderse.
En el caso de la violencia sexual infantil intrafamiliar, la dinámica de poder se ve representada y ejercida en cualquier figura social cercana al menor de edad que tenga el respaldo de la mayoría, de su edad, fuerza y aceptación en el entorno familiar para aplacar la defensa de la víctima y pasar desapercibido en la comisión de su agresión sexual.
Según el Panorama Estadístico de la Violencia Contra Niños, Niñas y Adolescentes en México, 2019, publicado por la UNICEF , la violencia sexual intrafamiliar contra los menores de edad es cometida, en la mayoría de las ocasiones, por el padre, la madre, el padrastro o madrastra, el abuelo, el hermano, el tío o cualquier otro familiar, y comúnmente involucra actos como la explotación o esclavización sexual, la exposición a la pornografía, voyerismo y al exhibicionismo; y la incitación o coacción para tener contacto sexual, ilegal o perjudicial.
Es importante recalcar que la violencia sexual intrafamiliar se ve beneficiada y legitimada por otros tipos de violencia, como lo son la violencia física y la emocional, pues es común que previo al acto de agresión se lleven a cabo conductas de violencia física que involucran golpes, forcejeos, jaloneos, pellizcos, manotazos o patadas para someter a la víctima.
Ahora bien, ¿quiénes son las personas que pueden realizar actos de agresión sexual contra un menor de edad del cual son parientes cercanos? De acuerdo a la investigación realizada por psicólogos y pedagogos, se ha descubierto que alrededor del 90 % de los niños son abusados por hombres, mientras que entre un 5 % y 20 % de los niños son abusados por mujeres. A continuación una gráfica de la Consulta Infantil y Juvenil del 2018[4], muestra la cantidad de niños y niñas que habían reportado haber sido víctimas de violencia en la Ciudad de México.

Niños entre 6-9 años que manifestaron haber sido víctimas de algún tipo de violencia, según el informe de la Consulta Infantil Juvenil elaborada por el Instituto Nacional Electoral 2018
Contrario a lo que se pensaría, los perpetradores de agresión sexual pueden ser también menores de edad que formen parte del entorno familiar del menor. Hay estadísticas e investigaciones de trabajo social que demuestran que los adolescentes comúnmente se ven involucrados en delitos sexuales. De acuerdo a un artículo publicado por Félix López Sánchez para la Universidad de Salamanca, más del 50 % de agresores cometieron su primera agresión sexual antes de los dieciséis años.[5] Las agresiones sexuales por parte de menores contra menores tienen varias causas que ya han sido estudiadas e identificadas para su prevención: en la etapa de la infancia, entre los 6 a los 10 años, es común que los infantes realicen juegos en los cuales hacen alusión a actividades humanas en los cuales también reconocen y admiten su sexualidad, como los juegos de mamá y papá y el doctor y el paciente. Si bien estos juegos contribuyen a que el menor se familiarice con la sexualidad inherente al ser humano, a menudo pueden ocurrir altercados de caricias, besos y tocamientos inadecuados entre los participantes del juego porque no son capaces de dimensionar la trascendencia del juego sexual relacionado con una relación incestuosa.
Posteriormente, al crecer, en la etapa de la adolescencia, caracterizada por la edad en que las pulsiones sexuales tienen su auge y mayor desarrollo, los adolescentes suelen incrementar su curiosidad sexual, y dan pasos en el descubrimiento completo de su sexualidad, realizando actos masturbatorios o siendo espectadores de pornografía. Aquí es cuando lo aconsejable es establecer límites conductuales, pues actividades inclinadas al ocio (como el consumo de alcohol o estupefacientes), el desconocimiento de los efectos de consumir pornografía sin límites o la falta de valores éticos que permiten empatía en su entorno pueden propiciar que el adolescente descargue sus conductas sexuales en otros adolescentes (en su mayoría mujeres) o en otros niños.
Ante esto, cabe recalcar que las conductas sexuales dominantes se ven legitimadas y dotadas de poder por el machismo que impera en la sociedad y en la familia donde se desenvuelve el adolescente.
El Dr. Scott Allen Johnson, autor de Physical Abusers and Sexual Offenders: Forensic and Clinical Strategies[6] ha descubierto a través de años de entrevistas a ofensores sexuales que comparten ciertas características, como las siguientes:
- Demuestran poca facilidad para resolver problemas.
- Pueden tener relaciones dependientes e intensas con sus víctimas.
- Demuestran ser celosos o posesivos.
- Suelen perder fácilmente la calma, generalmente exagerando.
- Son impulsivos.
- Demuestran ser violentos con animales.
- Experimenta dificultades para mostrar sus emociones (que no sean ira, hostilidad, celosía).
- Pueden consumir drogas como el alcohol y sustancias psicotrópicas.
Responder a la pregunta ¿Por qué las personas violentan sexualmente? nos lleva a varios puntos de análisis y conclusiones. Se sabe que muchos de los agresores sexuales adultos han sido víctimas de agresión sexual en edades tempranas, y que por lo tanto crean un patrón conductual normalizado de dominación, para, al repetir las conductas agresivas puedan sentir que recuperan el poder que a ellos les fue quitado al momento de ser víctimas; o bien, derivado de las agresiones sexuales desarrollan una parafilia. En el caso de los menores de edad, pueden realizar agresiones sexuales por las siguientes razones:
- Falta de empatía y de solidez en sus relaciones sociales próximas. La empatía es enseñada desde el seno familiar, por lo que a menudo en estos casos hay una falta de enseñanza de valores éticos respecto a la percepción del yo en sociedad.
- Experiencias de observación de actividad sexual en los adultos que mermen una visión explicada acerca del consentimiento y responsabilidad sexual.
- Haber sido agredidos sexualmente con anterioridad por personas extrañas a su entorno familiar o sus propios padres biológicos.
- Repetir la violencia que observan en casa.
También se conocen diferentes modelos de operación por parte del agresor sexual, que han sido estudiados por los especialistas, siendo el más aceptado el que se explica a continuación: [7]
- El agresor tiene un incentivo para cometer el abuso, derivado de la repetición transgeneracional de la conducta violenta; un factor psicopático en la personalidad, la falta de control de impulsos o bien por ser un pedófilo exclusivo.
- La capacidad del agresor de superar sus propios miedos e inhibiciones. Es aquí donde juegan un papel clave las adicciones, la psicosis o la falta de represión del incesto en la familia.
- La capacidad del violentador sexual de aprovecharse de la falta de protección al menor de edad. Se aprovecha de la ausencia de los padres, de la falta de vigilancia, del tiempo que el niño pasa solo e incluso de la confianza que los padres tengan puesta en el sujeto si pertenece a la familia.
- Consecuencias psicológicas del abuso sexual. Las consecuencias pueden presentarse a corto, mediano y largo plazo.
La composición de la familia y su correlación con los abusos sexuales y violaciones perpetrados contra el niño o la niña también forma un rol importante. Se sabe por la alta incidencia de violencia sexual intrafamiliar que las familias reconfiguradas posterior a la muerte de uno de los padres, el divorcio o el abandono, tienen un doble de posibilidades de presentar casos de abuso o violación incestuosos, pues los lazos de filiación y afectivos se ablandan con el proceso de separación.
El silencio es un enemigo que el infante no reconoce en la perpetuación de estos actos, pues es una forma de poder que ejerce el familiar abusador. Este tipo de control sobre el menor es muy común en las familias que construyen una imagen pública impecable a sabiendas de la violencia que se realiza dentro de ella, pues prefieren hacer callar a los integrantes de la familia, ante el temor de que lo oculto sea revelado, es decir, temen al rechazo social.
Cambiando ahora de figura de enfoque, nos centraremos en el menor de edad como víctima de violencia sexual intrafamiliar. Según el más reciente informe de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), en el 2019 se dio a México el primer lugar en abuso sexual infantil con 5.4 millones de casos por año.[8]
La palabra incesto proviene de la raíz indoeuropea kes-cortar, y el sufijo kas-tro significa cortar, y castrar. Las autoras Podesta y Rovea sostienen que el incesto es:
aquella forma de abuso sexual infantil, referida en el contexto de la propia familia, sobre la cual pesa la interdicción legal y cultural para su realización, donde el abusador puede ser el padre, la madre, hermano, abuelo, tíos, padrastros o familiares cercanos a la víctima.[9]
De igual forma, señala la autora Diana Guadalupe en su Tesis Secuelas psicosociales en la vida adulta de una mujer ante el abuso sexual infantil incestuoso, que “el involucramiento de vínculos consanguíneos, psicoemocionales o no entre el generador y el receptor, suele no haber violencia física en la comisión del acto incestuoso, pues muchas veces se genera un depósito de confianza y protección del menor hacia el adulto agresor, por lo que podría aceptar la dinámica sexual y reafirmar sus vínculos emocionales con el adulto agresor”.[10]
Se puede argumentar que el incesto es una práctica tabú que será aceptada o rechazada por la sociedad de acuerdo a su construcción cultural, dentro de la cual se verán involucrados factores como mitos, religión, cultos, roles de género, conjunto de creencias, relaciones económicas, etc. Sin embargo, es una realidad que la vasta mayoría de civilizaciones estudiadas por antropólogos, han determinado que el incesto debe ser evitado y sancionado para procurar la preservación de la cultura, de la paz entre familias y la claridad de las funciones sociales de cada individuo. Por lo anterior, el incesto puede ser catalogado como aquella actividad que contribuye a la confusión de dinámicas sociales, puesto que por medio de éste, hay una amplia libertad para que los individuos que cometen incesto tomen cualquier figura emocional y biológica respecto al otro (el hermano es pareja y padre a la vez de la hermana, por ejemplo).
No se ahondará en la presente investigación sobre las consideraciones psicoanalíticas del incesto, pero es necesario explorar el tema desde el trabajo social. Se han identificado a diversos tipos de familias incestuosas, entre las cuales puede haber o no violencia sexual, repetición generacional, legitimación y permisividad del acto incestuoso. Por lo general, en éste tipo de familias incestuosas, hay una gran carga de culpabilidad depositada sobre el menor de edad, se le señala como el causante de la agresión y no hay intervención alguna, la mayoría de las veces, por parte de la madre.
En todas las familias con comportamientos incestuosos, hay secretos, aislamiento y omisión de atención y cuidado hacia el menor.
Lo que es una realidad es que cuando el abuso es perpetrado por un familiar, las consecuencias anímicas en el menor son mucho más devastadoras y prolongadas. Esto se debe a que en el menor hay una gran confusión y represión en cuanto a sus emociones, por el doble vínculo que genera con su agresor: por una parte, la confianza, por otro lado, la certidumbre de que ha sido utilizado sexualmente.
Los autores señalan como síntomas de abuso sexual incestuoso los siguientes:[11]
Signos de abuso físico | Signos comportamentales | Indicadores de índole sexual |
Dolor, golpes, quemaduras, heridas en zona genital y anal. | Pérdida del apetito. | Negación a temas de índole sexual. |
Ropa interior rasgada. | Miedo a estar solo. | Confusión sobre orientación sexual. |
Semen en la boca. | Pesadillas. | Conductas precoces y conocimientos sexuales profundizados para su edad. |
Partes del cuerpo con irritación. Dificultad para sentarse. | Miedo exagerado a la oscuridad. | Seducción, especialmente en niñas. |
Dolor en cérvix o vulva. | Desgano general, falta de motivación para actividades deportivas y sociales. | Realización de actos masturbatorios constantes. |
Enfermedades de transmisión sexual. | Aislamiento y rechazo de las relaciones sociales. | Rechazo de muestras afectivas físicas, como caricias o abrazos. |
Conductas regresivas como chuparse el dedo. | Repetición de violencia sexual hacia otros menores. |
Es importante la temprana canalización del menor violentado para evitar las consecuencias a largo plazo, que involucran depresión, ansiedad, problemas de autoestima, trastornos de sueño, deserción escolar, embarazo adolescente, prostitución, disfunciones sexuales, etc.
Siendo tal el panorama, no queda más que poner atención a los hijos, ya sean nuestros o ajenos. En el caso de los formadores o educadores, se deben crear programas para reconocimiento de víctimas de abuso sexual y violaciones, para proceder a una investigación, donde también se entable una conversación directa con los padres para generar un estado de alerta en la familia. Esta función también debe corresponder a los doctores, psicólogos y trabajadores sociales.
Por otra parte, si nos encontramos en
una esfera de amigo, hermano o vecino, las acciones correspondientes serían,
antes que nada, orientar a la persona víctima a algún servicio de atención
psicológica y hacerles saber que tienen oportunidad de sanar, que pueden
recuperar su poder y autoestima, así como hacerles saber que son acompañados en
el proceso de sanación.
[1] Galimberti, Umberto. Diccionario de Psicología ,ed. 2002, México, Siglo Veintiuno Editores, 1992.
[2] Ander-Egg, Ezequiel, Diccionario de Trabajo Social, 1986, Bogotá, Colombia, Ed. Colombia Ldta.
[3] Barfield, Thomas, Diccionario de Antropología
[4] Instituto Nacional Electoral. Consulta Infantil y Juvenil. Ciudad de México, 2019, p.9.
[5] López Sánchez, Félix. 2015. Agresores y Agredidos: Los Abusos Sexuales de Adolescentes.Recuperado de http://www.injuve.es/sites/default/files/Revista42-4.pdf
[6] Johnson Allen, Scott. Physical Abusers and Sexual Offenders: Forensic and Clinical Strategies. 2007, United States of America, Taylor and Francis Group,p.81.
[7] Villanueva, I. (2013). El abuso sexual infantil: Perfil del abusador, la familia, el niño víctima y consecuencias psíquicas del abuso. En Psicogente,16(30), 451-470.
[8] Senado de la República. (24 de agosto del 2019). México, primer lugar en abuso sexual infantil. Boletín informativo. N.2136. Recuperado el 27/10/2019 de:
[9] Podesta y Rovea (2003) citadas por Guadalupe Lourdes, Diana. (2013). Secuelas psicosociales en la vida adulta de una mujer ante el abuso sexual infantil incestuoso. Una historia de vida. Ciudad de México, México, UNAM. Recuperado el 27/10/2019 de:
http://132.248.9.195/ptd2013/septiembre/0701311/Index.html
[10] Ibid.p.40
[11] Echeburúa, E..y P del Corral (2006) citados por Lourdes Guadalupe, Diana. Ibid. p.58.