Por Jairo Castillo Vàzquez
El fuego, desde comienzos de la humanidad, ha sido un elemento objeto de admiración, culto, respeto, y miedo. Leopoldo Lugones utiliza este elemento junto con un mito de la tradición judeocristiana para llevar a cabo su cuento fantástico La lluvia de fuego.
Recopilado en el libro Las fuerzas extrañas[1], este cuento es de destacarse debido a que se le ha brindado una escasa atención y por ende el mínimo análisis. Para muestra basta retroceder a 1973, fecha en que Robert M. Scari hace un breve pero atinado artículo sobre las características principales del cuento[2], en donde destaca que éste “ha sido sepultado durante setenta años” (Scari, «El cuento» La lluvia de fuego» de Leopoldo Lugones.» 113).
Si bien hay varios estudios acerca de La lluvia de fuego, la variedad de objetos a analizar es considerable, con lo que aumentan las posibilidades de análisis del cuento; y es que presenta una variedad de temas que aún no han sido tocados, que pueden y deben ser analizados[3]. Uno de los aspectos que merecen ser estudiados en este relato es el uso de la percepción, vertida por el autor en forma de descripciones; la presencia constante de los sentidos en la narración realizada por el protagonista y sus constantes observaciones frente a la inminente tragedia, hacen que el cuento no sólo sea una narración de una historia, sino que funge también como una historia de horror de corte sicológico.
El argumento es simple: basada en la destrucción de la ciudad pecadora de Gomorra, Lugones enfoca la historia en su narrador personaje, un viejo que parece haber dejado el placer de la carne por el de los sentidos “En el comedor me esperaba un almuerzo admirable; pues mi afortunado celibato sabía dos cosas sobre todo: leer y comer. Excepto la biblioteca, el comedor era mi orgullo.[…] […]Desde entonces, entregado a mis jardines, a mis peces, a mis pájaros” (Lugones 210). El cuento a lo largo de su desarrollo nos brinda descripciones realizadas mediante la percepción a través de los sentidos, los cuales son el tema a analizar en el presente trabajo.
El inicio como indica el subtítulo, abre con una evocación, en donde el narrador-personaje describe el día de la tragedia, un día normal, a través de lo sensorial; “hormigueo popular […] “un ruidecito de arena”. (Lugones 209). Son las captaciones a través del sentido del oído que nos sitúan espacialmente en una ciudad tumultuosa y cercana al desierto. Es el oído junto con la vista, de la que hablaremos a continuación, que hiperboliza lo curioso del fenómeno donde “Casualmente lo había advertido, mirando hacia el horizonte en un momento de abstracción […] aunque esto también lo duda debido a que “parece confundirse con una ilusión óptica” (Lugones 209). Y es que lo óptico está presente también y juega un papel importante en la realización del implacable castigo divino; la vista es la que priva de la tranquilidad al protagonista ya que al advertir que efectivamente es cobre incandescente el que cae del cielo, un cielo límpido y leitmotiv que parece contradecir a este fenómeno, dejando paso a un vago terror (Lugones 210)
¿Por qué lo sensorial toma importancia para este análisis? Es debido a que la narración se apoya en las descripciones que el protagonista brinda a través de su interacción con su ambiente y permiten al lector imaginar cómo es que vivió esta catástrofe. Y es que no hay un momento en que el desarrollo de la historia se vea privado de lo que captan los sentidos, van de la mano potenciando el efecto narrativo de sorpresa y de terror del protagonista como reacción natural ante el peligro: “Bruscamente acabó mi apetito; y aunque seguí probando los platos para no desmoralizar a la servidumbre, aquélla se apresuró a comprenderme. El incidente me había desconcertado.” (Lugones 211) ya que anteriormente menciona que sus placeres se dedican a deleitar el gusto, oído y vista.
Una vez domado el terror de lo desconocido e inverosímil, debido a una botella de vino envenenada y por consecuente a la posible elección del momento de su muerte[4], pasa a un estado de excitación en donde la barbarie y destrucción que percibe a su alrededor pasan a ser un espectáculo[5] que captará y desarrollará en la historia.
Siguiendo sobre la línea de los sentidos, los animales que aparecen en la historia funcionan como agentes mensajeros de la fatalidad, creando efectos de terror[6] consiguiendo que la sucesión de eventos no se separen del progresivo declive que se capta, primero en el caso de las aves que lo notan cuando “cesaron de cantar” posteriormente en vez de huir al ser liberados por el protagonista “se amontonan” (Lugones 211). El segundo grupo de animales que son el rostro de la desgracia son los leones, que al correr locos de sed, son advertidos por el narrador como una sombra de la majestuosidad que representan:
Pelados como gatos sarnosos, reducida a escasos chicharrones la crin, secos los ijares, en una desproporción de cómicos a medio vestir con la fiera cabezota, el rabo agudo y crispado como el de una rata que huye […] para proseguir con algo aún más terrible: ¡Ah…! nada, ni el cataclismo con sus horrores, ni el clamor de la ciudad moribunda era tan horroroso como ese llanto de fiera sobre las ruinas. (Lugones 218)
Como otro punto a destacar en este análisis es la contraposición como una especie de leitmotiv que se puede definir en las siguientes etapas: primero el horror debido a lo inverosímil del acontecimiento que es una lluvia de cobre incandescente, segundo con los daños causados cuando no sólo no se detiene el fenómeno, sino que se intensifica esta “fuerza extraña”:
La fuerza sugestiva de los relatos está reforzada con antítesis temáticas como la casi monótona insistencia en la limpidez del cielo […] […] y violentos contrastes de ambiente entre los cuales los más marcados son los que establece […] entre el clamor de la ciudad condenada, por un lado, y el silencio de la cisterna subterránea en que se refugia el protagonista por el otro, y el contraste luz-oscuridad que surge, en el mismo relato, cuando el sol al declinar se pierde en humo y polvareda, dando lugar a la lucha pavorosa entre tinieblas y fuego. (Scari, Ciencia y ficción en los cuentos de Leopoldo Lugones. 178)
La anterior acción dentro de la historia, nos ayuda a afirmar que el cuento posee varias contraposiciones que siguen conectadas con lo sensorial al ser el oído y la vista los responsables de captar mediante la imaginación del lector ante la descripción de dichos eventos haciendo la función de contrapunto entre el realismo y lo fantástico en el cuento.
Los sentidos al no separarse de la narración, ayudan a construir la imagen de lo que no sólo es el protagonista, sino también la ciudad en la que vive, que al ver detenida la lluvia de cobre, no muestran el menor signo de arrepentimiento o temor sino todo lo contrario[7]:
Más numerosa que nunca, la gente de placer coloría las calles; y aún recuerdo que sonreí vagamente a un equívoco mancebo, cuya túnica recogida hasta las caderas en un salto de bocacalle, dejó ver sus piernas glabras, jaqueladas de cintas. Las cortesanas, con el seno desnudo según la nueva moda, y apuntalado en deslumbrante coselete, paseaban su indolencia sudando perfumes. Un viejo lenón erguido en su carro manejaba como si fuese una vela una hoja de estaño, que con apropiadas pinturas anunciaba amores monstruosos de fieras: ayunta-mientos de lagartos con cisnes; un mono y una foca; una doncella cubierta por la delirante pedrería de un pavo real. Bello cartel, a fe mía; y garantida la autenticidad de las piezas. (Lugones 213)
No hay vuelta atrás; el dedicarse a recoger las chispas que cayeron de ese constante cielo límpido (otro leitmotiv) para venderlas a los caldereros, el dedicarse a celebrar emborrachándose, tendrán su consecuencia porque estos hechos parecen no serle indiferente a la “fuerza extraña”, la divinidad, que al no poder soportar la decadencia (que podríamos compararla con la del imperio romano) no tiene otro remedio que destruir a sus creaciones.
Una vez más la función narrativa de lo sensorial funciona como jueza y ejecutora por parte de la divinidad para mostrarnos que lo que hará (o ya hizo, debido a que es una evocación) fue lo correcto.
Casi al terminar el cuento, los sentidos hacen una breve pausa respecto al fatal desenlace, ya que todo ha quedado reducido a escombros con la lluvia volviendo a la carga más fuerte que nunca; el agua fresca junto a la oscuridad del baño fúnebre (Lugones 219) lo refrescan y le devuelven junto con el vino envenenado la tranquilidad que otorga el silencio momentáneo que es abruptamente interrumpida por “el huracán de fuego” (Lugones 220). Es en este momento final, donde la aparente muerte del protagonista toma forma a través del oído, la vista y el gusto: Oye el huracán, ve un reflejo de llamas, huele el tufo urinoso del cobre y se lleva el pomo a los labios, lanzándose a lo desconocido a una velocidad fatal, como la lluvia de cobre se impacta contra la tierra.
Es La lluvia de fuego un relato que demuestra la enorme capacidad de Lugones como cuentista, haciendo que las descripciones del narrador no sólo hagan que la historia sea una sucesión lógica de los hechos, sino que funcionen a manera de recurso que brinda al lector experiencia que hace recurrir constantemente el proceso imaginativo y sensorial.
[1] Las fuerzas extrañas se publica en 1906 y recoge doce relatos y un ensayo de cosmogonía escritos entre 1897 y 1898. Por su momento de composición y por las características temáticas y estéticas de los cuentos, el libro se inscribe en la producción del modernismo americano. Como tal, los relatos cuestionan un orden causal de percepción y razón para poder así fragmentar los supuestos de aprehensión del mundo sustentados en el principio lógico de lo real. La fragmentación supone, para el modernismo, un paso de desintegración necesaria para redescubrir la totalidad y alcanzar una pertenencia. Login Jrade, Cathy. Rubén Darío y la búsqueda romántica de la unidad. México: F.C.E., 1986.
[2] El cuento “La lluvia de fuego” de Leopoldo Lugones
[3] Miguel Gomes en Modernismo, cuerpo y fantasía: La narrativa de Leopoldo Lugones hace un breve apartado al cuento que se analiza aquí y hace una mención a la “negación de Dios” y a un “abandono sensorial” (91) cosa que se refutará a continuación.
[4] Helena Zbudilová hace mención de este aspecto en su artículo La narrativa fantástica de Leopoldo Lugones p.p. 144
[5] “Esa tarde y toda la noche fue horrendo el espectáculo de la ciudad. Quemada en sus domicilios, la gente huía despavorida, para arderse en las calles, en la campiña desolada; y la población agonizó bárbaramente, con ayes y clamores de una amplitud, de un horror, de una variedad estupendos. Nada hay tan sublime como la voz humana” La lluvia de Fuego p.p215
[6] Término tomado de Roberto M. Scari en Ciencia y ficción en los cuentos de Leopoldo Lugones, el cual se encuentra en la bibliografía al final del presente escrito, y donde el autor lo utiliza como mero efecto de terror; en este caso lo utilizamos no sólo como función narrativa, sino para reforzar la tesis de la importancia del efecto sensorial en La lluvia de fuego.
[7] Paula Speck en su artículo Las Fuerzas Extrañas, Leopoldo Lugones y las raíces de la literatura fantástica en el Río de la Plata, menciona este párrafo haciendo alusión nuestro objeto de estudio que son los sentidos, pero en referencia al placer y no como elemento conductor.
Bibliografía
Gomes, Miguel. «Modernismo, cuerpo y fantasía: La narrativa de Leopoldo Lugones.» Latin American Literary Review (2004): 79-99.
Lugones, Leopoldo. «La lluvia de fuego.» Otto y Alberto M. Vázquez (Ed., sel. y notas). La prosa modernista en Hispanoamerica. México: El Colibrí, 1971. 209-220.
Scari, Robert M. « «El cuento» La lluvia de fuego» de Leopoldo Lugones.».» Journal of Spanish Studies: Twentieth Century (1973): 113-121.
—. «Ciencia y ficción en los cuentos de Leopoldo Lugones.» Revista Iberoamericana ((1964).): 163-187.
Speck, Paula. «Las Fuerzas Extrañas, Leopoldo Lugones y las raíces de la literatura fantástica en el Río de la Plata.» Revista Iberoamericana (1976): 411-426.
Zbudilová, Helena. «La narrativa fantástica de Leopoldo Lugones.» Pensamiento y cultura (2007): 139-145.